¡Nuevo en la tienda! 😊 Language Planner & Journal

El libro que me costó un dedo

Empecé a tocar piano a los 9 años y fue así que desde pequeña me acostumbré a ser cuidadosa con mis dedos. Mi profesora siempre me recordaba que mis manos las debía mantener como si fueran hechas de oro y, como cosa natural, le temía a tres cosas: a los balones, a las puertas y a los ascensores. Aunque dejé el piano a los 17, nunca dejé el cuidado de mis manos. Pero… a veces la vida se encarga de hacer inevitable lo que pretendíamos tener como evitable. Me machuqué un dedo una tarde, no pensé que fuera tan grave, pero, ¡oh sopresa! se me había quebrado ese dedo.

Accidentándome

Un domingo en la tarde, Brendon debía adelantar unas cosas de trabajo para la siguiente mañana. Tenía que ir a la oficina, y siendo fin de semana, decidí acompañarlo. Ya en camino, se dio cuenta que había dejado un documento importante. Sin ganas de caminar de regreso, le dije que mientras él iba al apartamento yo entraría al kiosco turístico que estaba a media cuadra.

Abrí su pesada puerta. De vidrio y con cara inocente me dio la bienvenida. Aquella oficina tenía un espacio supremamente reducido, lo que me obligó a entrar de lado, mano izquierda al frente y derecha atrás. Con la emoción que tenía de estar allí ni cuenta me di que la puerta se cerraba tras de mí.

Mi mano derecha de repente sintió un golpazo. El dedo índice y el corazón dolían, pero fue el anular el que empezó a gritar. Pretendí ser fuerte, y solo dije “au” tres veces. Le dije a la agente de aquel kiosco que no andaba de paso sino que me había mudado y muy cordialmente me regaló el libro Seoul Book of Everything. Poco sabía al momento que aquel libro venía con visita al médico incluida.

Mi pobre dedo se inflamó y se puso morado. Como nunca había tenido un machucón de esas dimensiones, no pensé que pudiera ser tan grave. Pasó una semana en donde usé hielo, agua tibia, improvisé una entablillada de dedo usando copos y microporo, ¡y hasta me encinté el anular al corazón para que se mantuviera derechito!

Ese siguiente lunes, el dedo estaba más desinflamado y el dolor se había apaciguado. Mientras tenía hielo en mi dedo noté que, a diferencia de su gemelo, estaba algo chueco.

dedo-seul

Finalmente decidí ir al médico.

Visitando el Doctor

Sin cita y sin hablar coreano me aventuré al hospital y me dirigí a su centro internacional para hablar. De allí fui remitida al ortopedista. Tuve traductor esos 5 minutos de recorrido, pero como no tenía cita, aquel traductor me abandonó y quedé sola esperando a que mi nombre fuera llamado.

Una hora pasó, y mi nombre fue pronunciado. El doctor hablaba inglés, las enfermeras no. En menos de 5 minutos me preguntó la situación, y me mandó a la sección de radiología. Con un papel en coreano, con instrucciones de pagar, con la necesidad de una radiografía y con nada del idioma coreano empecé a caminar. Encontré cashier y con señas mostrando el papel pregunté que debía hacer. Pagué y seguí instrucciones para ir a radiología.

Mi dedo posó para la radiografía. Dos tomas se hicieron, una de frente y una de lado. El formato era electrónico, y guardada en una base de datos el doctor podría verla desde su consultorio.

—I have bad news for you —dijo el doctor. 

—What happened? —todo se me bajó, y mis cachetes pasaron de rosado a blanco.

—Your finger is broken. You need surgery. 

Whaaat? A medio entender lo que había pasado en inglés, estaba tratando de procesar todo en español. Necesito cirugía, si no la hago mi dedo va a terminar en forma de martillo y no lo voy a poder estirar de nuevo. ¡Aaaaahhhh!

Llegué a mi casa y lloré como una magdalena. Tenía una férula provisional que me doblaba la tercera falange hacia arriba, debía pasar dos noches en el hospital ¡y necesitaba anestecia general! El doctor me había recomendado hacer la operación aquel miércoles, y para ello debía chequearme en el hospital al siguiente día. Radiografías de pulmones y exámenes de sangre eran necesarios para determinar el mejor proceso para la operación.

Con dudas y con terror quería otra vez hablar con el doctor. Ese martes no trabajaba, así que lo visité a primera hora el miércoles. Esta vez llevé a Brendon. Con esos términos médicos en inglés, que ni en español entiendo, ¡necesitaba apoyo moral!

 El día de la operación

Resulté teniendo la operación ese mismo día. Rayos X, sacadas de sangre, y entrega de la habitación fueron el itinerario de la mañana. Todo fue efectivo, rápido y sin contratiempos. La habitación que tenía era semiprivada, pues la compartía con una paciente coreana. Me puse el uniforme que me esperaba  y me recosté en mi camilla asignada. Sin saber a qué hora me operarían, traté de dormir mientras estaba conectada a suero, a glucosa y a otras bolsas que su nombre no entendía.

dedo-seul-2

Operation Room, Operation Room! proclamó una enfermera mientras se dirigía a mi camilla.

Me arropó, me colocó un gorro, me quitó los zapatos, y en compañía de otra enfermera me llevó a la sala de cirugía.

Estaba temblando de los nervios. Respiré profundo, cerré los ojos y a los 5 segundos los volví a abrir. O al menos eso fue lo que pareció. Mi dedo tenía la venda de otro color, era claro que había estado bajo los efectos de la anestecia.

Esa noche la pasé en el hospital. A pesar de que le había comentado a las enfermeras de mi condición hipoglucémica, no me siguieron poniendo más glucosa en el transcurso de la tarde. Les pregunté más de 5 veces cuando podía comer, y cada vez, con un inglés muy limitado, recibía una respuesta diferente. Unas, me decían que a las 11 pm, otras, que la mañana siguiente. Cansadas de que les preguntara, y después de escuchar a Brendon renegar, me visitaron con un glucómetro. 45 fue el resultado. ¡45! Cuando lo mínimo que debe estar es 70.

A las 9 pm la cocina del hospital ya estaba cerrada. Brendon salió a buscar algo que me alimentara. Las enfermeras le recomendaron que me diera porridge, plato parecido a la avena, pero a base de arroz. Sin saber exactamente dónde o cómo buscarlo, preguntó en cuanta tienda estuviera abierta.

Los chequeos de azúcar esa noche fueron costantes. Antibióticos, analgésicos, y muestras de sangre también lo fueron. La mañana siguiente me llegó desayuno, no al estilo coreano sino al estilo americano: huevo frito, hash brown, bagel y jugo en caja. Al mediodía ya por fin me dieron salida. Dejé el hospital con mi dedo anular derecho vendado, y con mi brazo izquierdo todo moreteado.

Recuperación

Aunque mi dedo sigue vendado y tiene dos tornillos inclustrados, el dolor ni se ha hecho sentir. Tomando 13 pastillas al día y visitando al doctor regularmente me la he pasado últimamente.

En unas semanas me retirarán los tornillos. Yo por ahora, estoy esperando ansiosa el día que pueda volver a teclear fácilmente, pues como se imaginarán, escribir este post de fácil tuvo nada. El libro que me partió el dedo si acaso lo he ojeado, pero estoy segura que en alguna parte debe decir: No hay mejor manera de experimentar tu nuevo hogar que ¡con una cirugía en tu dedo anular!

***Actualización septiembre 2017: Me alegra contarles que actualmente mi dedito, aunque todavía no tenga completa movilidad, se ve normal.

 También puede interesarte:

El día que Seúl se convirtió en mi hogar

Colombia y Corea, unidos por una guerra

¿Cómo es visitar la frontera entre las Coreas? 

Sígueme en Facebook
Sígueme en Instagram
Sígueme en Pinterest
Suscríbete al Newsletter

Este artículo contiene enlaces afiliados. Ello quiere decir que si das clic y compras algo, recibiré una pequeña comisión ¡sin costo alguno para ti! lo cual me ayudará a mantener este blog y a traerte más información y tips de interés. Gracias por tu apoyo :)

Sobre Mí

2 comentarios en “El libro que me costó un dedo”

Escribe un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to Top