Estábamos en Roma, la ciudad de los gladiadores, los grandes filósofos, hermosas fontanas y, por supuesto, la ciudad del patrimonio histórico y cultural. Es también la única ciudad con un estado extranjero en su interior: la Ciudad del Vaticano. Allí, se encuentra la Santa Sede, máxima institución de la Iglesia Católica. El catolicismo es la religión principal de Colombia con un 80% de la población creyente, entre ellos, mi familia. Es por este hecho que entrar a aquel estado era de suma importancia.
Resultó que el único día que teníamos para visitar el Vaticano sería el último domingo del mes, día que los museos dentro del Vaticano son gratis para todo mundo. Para rematar, el lunes siguiente era El Día de los Santos, y el Vaticano estaría cerrado. De confiados, llegamos alrededor de las 9am y la fila ya era de más de 700 metros.
Teniendo en cuenta que era nuestra única oportunidad de ingresar, algo se nos tenía que ocurrir. ¿Cuál fue nuestra mejor idea? Colarnos.
Brendon y yo empezamos a caminar hasta la entrada. Cientos de personas de todas las nacionalidades estaban reunidas en una fila en la que solo un cuarto de ellos podría entrar. No podíamos colarnos en plena entrada porque sería demasiado obvio. Caminando a lo largo de la fila buscamos un espacio donde acomodarnos. Al pasar unas 80 personas encontramos un grupo de 20 chinos distraídos. Nos paramos ahí al lado a ver que pasaba, la adrenalina nos subía a la cabeza, y los nervios nos invadían cada vez más.
Mi hermano, sin saber lo que estaba pasando, nos vio y se acercó a preguntarnos cuál exactamente era el plan. Yo, en español y con susurros, le conté el clandestino plan. Brendon, hablándole en inglés, le echó la culpa de habernos retrasado en la fila, dándole así una explicación no requerida a aquellos que ahora estaban adelante y detrás de nosotros. Eventualmente, mi hermano se encontró con mis papás y efectuaron el mismo plan. Pasados 30 minutos pudimos entrar, y mis papás fueron los penúltimos en ingresar.
La Plaza de San Pedro nos recibió.
Estaba lloviznando y nos tocó hacer otra fila para entrar a la Cúpula de la Basílica. Subimos por unas escaleras bien estrechas, pero al llegar, la vista por lo menos una foto mereció.
También entramos a la Basílica, más despampanante no podía ser.
Seguimos con los museos del Vaticano. Mapas, murales, candelabros, carrozas y estatuas de toda índole poblaban los corredores.
La parada final fue la Capilla Sixtina, la cual es actualmente la sede donde se reúnen los cardenales electorales a escoger el nuevo Papa. Allí adentro es donde están los famosos frescos de Miguel Angel. La bóveda fue pintada por este afamado artista entre 1508 y 1512 y representa el Génesis, siendo la creación de Adán una de las obras más sobresalientes.
Sí, lo sé, entramos al Vaticano pecando, pero en plena Santa Sede con arrepentimiento y rezo, empatamos.
Excelente contenido, ayuda mucho, gracias.