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La historia del trágico sofá Hindú

Esta era la primera vez que iba a “couch surf“, es decir, a dormir en un sofá en la casa de gente que ofrece hospedaje de manera gratuita. Brendon me había convencido finalmente de hacerlo. Fue así que antes de viajar a India, buscamos con calma una familia que nos recibiera. La señora de la casa, la cual llamaremos Sonu, mantuvo contacto con Brendon y afirmó que nos recibiría el día de llegada. Brendon había tenido éxito couch surfing, por lo cual asumimos que todo saldría de acuerdo a lo planeado… ¿Qué podría salir mal?

TODO.

Cogimos nuestro avión directo a New Delhi desde Nueva York, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. El vuelo, de aproximadamente 18 horas, no tuvo ninguna rara ocurrencia, y ofrecía una gran variedad de películas. Como llegaríamos en horario nocturno a este nuevo continente, yo me quedé despierta viendo películas Bollywood, primero, para irme familiarizando con la cultura, y segundo, para poder ajustarme un poco más fácil al cambio de horario.

Para esa primera noche, habíamos decidido quedarnos en un hotel que ofreciera transporte desde el aeropuerto. Después de una ardua búsqueda, encontramos uno de dos estrellas cerca al centro por US$65. (Los hoteles en New Delhi no son para nada baratos). El aeropuerto, grande y limpio, nos recibió con una gran sonrisa. El carro del hotel, blanco y pequeño, nos recibió con bastantes colores. Habían acabado de celebrar Holi, la bienvenida a la primavera, y como de costumbre, todos juegan con pinturas de colores, dejando en las calles la marca de una inmensa lluvia de distintas tonalidades. El hotel, lejos y escondido, nos recibió con una cama dura y con muy poco papel higiénico.

cycle-rickshaw

El siguiente día había llegado, y Brendon se contactó con Sonu alrededor del medio día. Ella afirmó que si llegábamos en menos de una hora a la estación del metro más cercana de su casa, ella personalmente nos recogería, si era más tarde, ella tendría que ir al trabajo y su primo vendría en reemplazo. Así fue que llegamos a los 40 minutos, nos comunicamos con Sonu y nos dijo que ya se había ido al trabajo, así que Mehir, su primo, venía en camino. Después de esperar 20 minutos, llegó por nosotros un joven, no muy bien vestido por cierto, pero por lo menos buena gente. Cogimos una cycle rickshaw rumbo a su apartamento.

Al cabo de 5 minutos, llegamos a una calle estrecha donde el rickshaw no podía subir. Caminamos por esta calle despavimentada, sucia y maloliente por otros 5 minutos. Al final, nos encontramos con un edificio de tres pisos y con escaleras desniveladas. Después de una maratón tratando de subir dichas escaleras sin resbalarnos con todo y maletas, llegamos al tercer piso donde el apartamento estaba ubicado. Al abrir la puerta, mis ojos, mi pelo y mis dientes gritaron en unísono. Dos cuartos de 2 mts por 2 mts, 3 colchonetas sucias tiradas en el piso, una cocina rústica, un baño sucio ubicado en el balcón con orificio en el piso funcionando como taza, y 4 mochileros más, era lo que nos daba la grata bienvenida.

Como todavía faltaban dos horas para que Sonu viniera por nosotros, decidimos ir nuevamente a la estación del metro donde se encontraba una cabina de Vodafone y logramos comprar internet portátil, plan de datos, y minutos para mi Blackberry. Así, logramos distraernos un poco durante los siguientes momentos de ansiedad.

Llegada las 4 de la tarde, estábamos ilusionados de ya poder irnos con Sonu a su casa, un lugar que confiábamos fuese mucho más limpio. Esperamos pacientemente por ella, pero poco a poco nos fuimos desilusionando, pues después de 2 horas de haberle marcado y enviado mensajes, no habíamos recibido razón alguna.

Faltando 10 minutos para las 7 de la noche, llegaron dos chicas alemanas, quienes también habían cuadrado con Sonu hospedaje desde ese día y, como nosotros, estaban ansiosas esperando por ella. Sonu tenía 3 habitaciones de huéspedes, y si estas dos jovencitas habían obtenido otra respuesta afirmativa, todo en algún momento se resolvería.

O al menos, eso fue lo que las alemanas y nosotros creímos.

Pasadas las 7, Mehir recibió una llamada. Nos comentó que Sonu tenía familiares en su casa y que por eso no nos podía hospedar. Así que ahora, si queríamos dormir bajo un techo aquella noche, debíamos quedarnos en la misma colchoneta donde en ese momento estábamos sentados. ¿Alternativas? seguramente muchas. ¿Con sentido? muy seguramente ninguna.

Resignados, adoloridos y decepcionados, nos quedamos sentados como estatuas mirando en el computador a dónde salir al siguiente día. ¿Buscar un hotel en New Delhi? ¿Irnos a otra ciudad? ¿Coger el primer tren o avión de la mañana y esperar donde nos lleve el viento? Con los ojos cuadrados, con mi cuerpo enrollado como un caracol dentro de la chaqueta de Brendon y, con ganas de devorarnos hasta una vaca, pasamos en vela toda la noche.

Hacia las 5 de la mañana, después de haber evaluado todas las opciones, encontramos un Bed and Breakfast en TripAdvisor. Mientras esperábamos que saliera el sol, un señor grande, con turbante y barbudo, entró al querido hospicio. Siguió derecho al otro cuarto y cayó dormido entre los colchones. Después de ello, agarramos nuestras maletas, nuestros zapatos y nuestra dignidad y salimos rápidamente de ese hueco.

Al llegar a nuestro próximo destino, sentimos como se nos quitó un peso de encima. Al final, el sofá Hindú, que terminó siendo un colchón Hindú, nos trajo una historia más que contar, y muchas lecciones que aplicar.

Imagen: Eje Gustafsson, uhbiv

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